Se me antojan eternos todos esos momentos a tu lado,
Aquellos besos que en la oscuridad de la noche me dabas,
Con tan sólo un testigo, la luna, nuestra más fiel amiga.
Todo tiempo se tornaba breve, en cada beso ¡ay esos besos!
Dulces, sinceros, apasionados ¡pero a su vez palpitantes
como el rugir de las llamas!
Que en este corazón ahora arden, ¡de pasión, de pena, de
sufrimiento ahogado!.
La más cruel de las desdichas sobre nosotros cayó,
separarnos y
nuestros cuerpos alejados por el infortunio de la vida,
¡pero no tal suerte corrieron nuestras almas!, que valientes
se apresuraron a encontrarse.
¡Ven a media noche amor mío! Quédate a mi lado, ámame desde
el silencio,
ese que tú y yo conocemos, ¡y que tan suave bálsamo nos
prodiga!,
entonces y sólo entonces, antes de que me de cuenta ¡me
susurrarás al oído cuanto me has querido!.
Se llena de júbilo mi alma al sentirte, al tocarte, al
acariciarte…
Más no serán esas mis últimas palabras, sino otras, que al
pensarlas un instante,
¡me estremezco! ¡oh sí ese torbellino que recorre mi ser!
Que no cesa, que se enfurece, que a veces se muestra manso, pero otras ruje sin
piedad ¡ante la soledad de este corazón herido por tu partida!
No existirán sobre la faz de la tierra, otras almas que se
amen tanto como las nuestras,
ni tampoco nadie que ose romper lo que ahora se hace fuerte,
¡ni la mismísima muerte acabará con lo que un día floreció
ante nuestros ojos!.